La muerte de Ofelia
-Vuestras manos tersas, firmes y suaves, unas manos que me acariciaban con el mayor cariño, unas manos que me transmitían los mejores sentimientos. ¿Por qué dejasteis que hicieran eso, Hamlet? ¿Por qué dejasteis que cometieran tal acto atroz? ¿Por qué dejasteis que se mancharan de sangre? Ahora no puedo menos que despreciaros.
Ojos cristalinos, pero sonrisa en la cara, balanceándose en la nada. ¿Seguía cuerda Ofelia o había perdido el juicio por completo?
-Recuerdo sus cabellos enredados entre mis dedos, recuerdo sus labios declarándome su amor, recuerdo su mirada gritándome que le amase como él lo hacía. Estaba enamorada de su sonrisa, estaba enamorada de su vivacidad, estaba enamorada de él. ¿Lo sigo estando? No puede ser. No puedo darle cabida en mi corazón después de tan vil actuación. Mas, ¿es posible dejar de amar? ¿Es posible deshacerse de tales sentimientos? No lo creo.
Tirábase ella de los pelos mientras caminaba por el campo en dirección a ninguna parte.
-Debo hacerlo, debo odiarlo. Por vos, padre, porque os quiero y siempre lo haré. No pasa nada, no lloro, yo siempre estaré con vos. No dejaré que nada ni nadie nos separe. ¿Padre? ¿Dónde está? No está. Es su culpa. Es mi culpa. ¡Ah!
Mirando a todas partes, pero sin ver adónde iba. Avanzando hacia su perdición.
-No es mi culpa, es vuestra. ¡Es vuestra, Hamlet!¡Os odio!Padre, no sufra, nos volveremos a ver. Le mataré, le arrancaré la vida de una estocada. Mas no creo poder soportar sus lágrimas derramadas por sus mejillas, no creo poder soportar verlo suplicando por su vida. No puedo eliminar mi amor, no puedo despreciarlo. ¿Cómo odiar al que amas? ¿Cómo amar al que odias? No lo sé, ni yo me entiendo. Padre, ¿qué debo hacer?
Sus ojos en dirección al cielo, en busca de respuestas. No se percató y cayó al río mojando todas sus ropas. Mas no le importaba, pues seguía divagando con sus pensamientos.
-Desde niña soñé con casarme con él, con ser su reina. No había otra cosa que me produjera mayor felicidad. Desearía que nada de esto hubiera pasado. Padre, le añoro demasiado.
Cerró los ojos, creyó flotar.
-Padre, ¿sois vos? ¿sois vos el que me arrulla suavemente? Ya no siento pesar, ya no duele, ya no siento nada. Padre, quiero verlo, ¿me está esperando?
Cada vez menos oxígeno llegaba a sus pulmones, le costaba respirar, pero parecía que no le importaba.
-Me usó, me utilizó, abusó de mi amor por él. Ya no importa. Solo quiero veros a vos, padre. Y, aunque mi admiración hacia él es irremediable e inacabable, os elijo a vos. Por mi sangre, por vos, le dejaría. ¿Padre? ¿Es a vos al que veo? ¿Sois vos el que me llama?
Hundiéndose bajo el agua, Ofelia dejó lo que llamamos vida creyendo vivir.
(Andrea M., 1º A B. Literatura Universal)
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